miércoles, 15 de abril de 2009

¿Qué sucede realmente con el Seminario "San José de la Montaña" de San Salvador?



Se suele decir, en los ámbitos eclesiales, que el seminario es el "corazón de una diócesis" y estamos de acuerdo en ello, pues, es el lugar por excelencia de formación para los futuros sacerdotes.
Generalmente los seminarios se dividen en menores y mayores, los menores son los centros de formación que tienen estudiantes de plan básico y bachillerato, mientras un seminario mayor suele contar con personas que han superado la etapa de formación del bachillerato y realizan estudios específicos en vistas a la ordenación sacerdotal. Un seminario mayor consta de dos etapas de formación en el plano académico: una fundamentación filosófica y los estudios estrictamente teológicos, que son los más importantes.
Pues bien, en El Salvador, el seminario mayor interdiocesano San José de la Montaña es considerado la máxima expresión de la formación sacerdotal. Todos los que hemos pasado por él nos sentimos particularmente relacionados a su historia. Transitar sus pasillos es una evocación de las intensas experiencias vividas junto a tantos compañeros seminaristas que permanecen en la memoria.
Precísamente porque amamos ese seminario miramos con desconcierto el que se le someta a la enésima crisis en su historia. Ese centro ha pasado diversas crisis, desde los tiempos de los gobiernos liberales en sus inicios, pasando por la guerra civil, hasta nuestros días con las tendencias fundamentalistas, que quieren acaparar todos los cargos de su organización interna.
Últimamente fueron destituidos de sus cargos, en modo arbitrario, el sacerdote rector, el sacerdote encargado del área académica y un tercer sacerdote formador.
¿Cuál fue el problema central? Vamos por pasos contados.
Normalmente, cuando se deben contratar profesores especialistas para las diversas disciplinas a impartir, se presenta un elenco de profesores a la Conferencia Episcopal y son ellos los que deciden quiénes de esos especialistas pueden dar clases en el seminario.
De modo que el rector y su cuerpo de formadores tienen la obligación de presentar esa lista de profesores a los señores obispos, quienes al final tienen la última palabra sobre las personas que deben impartir las clases.
Pues bien, sea el rector, que el encargado académico, como es normal, presentaron de rutina una serie de especialistas, de preferencia doctores, algunos extranjeros, otros del país, según las exigencias del momento histórico que vive la iglesia. A una parte de los obispos (porque no fue a todos) algunos nombres de los doctores sugeridos les despertaron sospechas, lo cual los llevó a hacer las debidas indagaciones. Bueno, a ciertos doctores españoles se les negó la posibilidad de dar clases, acusados de negar algunos aspectos de la doctrina cristiana, a otros, porque sus tesis tenían un tinte político-marxista, según los obispos acusadores.
El punto es que, por una parte, los especialistas no pudieron dar clases, y, por otra, el rector y el encargado académico fueron destituídos de sus cargos, acusados de consentir las tesis de los doctores y atentar contra la recta doctrina del seminario. Pero, se procedió sin las debidas amonestaciones que establece el derecho antes de proceder a su destitución, en el caso en que esos sacerdotes atentaran contra el derecho canónico. Pero, sucede que el rector destituido es doctor en derecho canónico, con lo cual los obispos acusadores hubieran tenido que ser más cuidados en la destitución, o por lo menos, esperar y no hacerlo en modo precipitado como lo hicieron.
El rector actual, licenciado en teología moral, está claramente alineado con los obispos acusadores, pues, si verdaderamente respetara y entiendiera la caridad sacerdotal, tenía que dimitir de su cargo, pues los obispos actuaron en modo arbitrario e injusto al no permitir que los destituidos y los especialistas en cuestión pudieran defenderse, en este caso la prepotencia se impuso a la razón y a la caridad.
¿Qué es lo que se lamenta en este caso?
1. Que no se respete el derecho canónico y la dignidad de las personas y se proceda a partir del poder episcopal entendido como prepotencia. Ya decía Romano Guardini que el poder, entendido como represión, no tiene ética.
2. Que los señores obispos no se pongan de acuerdo en temas fundamentales como el seminario. Pues, no se puede someter a votación las cosas esenciales. El rector del seminario debe gozar de competencia académica, equilibrio humano-espiritual y ser respetado en lo que compete su oficio.
3. Que la nómina del padre rector actual responda a visiones ideologizadas del seminario y no a la exigencias que demanda la situación social y eclesial del país.
4. Que haya tanto silencio por parte del clero diocesano nacional, pues los seminaristas de hoy serán los sacerdotes del mañana. Y si lo que prevalece es la uniformidad ideológica en la formación sacerdotal, el resultado es un clero apático a los sufrimientos concretos de la gente y sediento de poder económico y político.
5. Que no se escuche a los seminaristas, a los sacerdotes destituídos, a los especialistas rechazados, al clero nacional. Todos ellos no son autómatas o piezas de ajedrez, que se puedan mover a placer, como cosas sin valor alguno.
Por último, queremos agradecer a la parte de los obispos que quieren un rector y un cuerpo de formadores que estén a la altura de los problemas actuales que plantea la sociedad. A los obispos que saben que toda decisión ideologizada al interno de la iglesia atenta directamente contra la esencia misma del proceso evangelizador.
Señores obispos lo único que les pedimos es coherencia y seriedad, pero sobre todo, unidad en las decisiones esenciales que ustedes tomen y que luego afectan la vida de la iglesia en El Salvador.

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