miércoles, 8 de abril de 2009

DOMINGO DE RAMOS

LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Canto y Oración de Apertura:
Oh Dios, al reunirnos esta semana, contemplamos la Pasión y Muerte de tu Hijo Jesús. Llénanos con amor y agradecimiento por este gran regalo. Al continuar nuestra jornada como tus discípulos, ayúdanos a aceptar nuestras cruces y a vivir como un pueblo pascual. Amen.

Comentario a la Palabra de Dios:
Las primeras dos lecturas para la liturgia forman una introducción apropiada de la versión de San Marcos sobre la Pasión. La primera lectura es el cántico del Siervo doliente del tercer Isaías: “no oculté la cara ante los insultos y salivazos”. Jesús recibió el encargo sorprendente de soportar la humillación y tortura, pero soportando estas seria recompensado: “por eso endurecí mi cara como una piedra, sabiendo que no quedaría defraudado”.

La segunda lectura a los Colosenses identifica dos etapas en la humillación de Cristo. Al hacerse hombre, el “se despojo” y se hizo humano con todas sus fragilidades y dependencias. La segunda etapa fue el aceptar una muerte humillante de la manera más vergonzosa. Cristo “haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Fil 2,8). El tema básico de la Pasión según San Marcos es que, aunque Jesús era el Hijo de Dios, voluntariamente aceptó la misión de siervo doliente y moribundo para salvar la humanidad. Esta obediencia perfecta será recompensada cuando Dios lo haga Señor de toda la creación.

PRIMERA PARTE: ¿POR QUÉ MURIÓ JESÚS?
Casi siempre que hablamos de la muerte de Jesús, pensamos y decimos que el pueblo de Israel fue un pueblo duro de corazón y necio de cabeza, que no quisieron comprender quién era Jesús y que por eso hasta se asociaron con los Romanos para darle muerte, y eso en parte es verdad pero, después de dos mil años de este acontecimiento conviene que nos preguntemos: ¿Qué sucedería si Jesús apareciese hoy y comenzase a predicar abiertamente en contra del aborto, la pornografía, las ventas de licor en la ciudad y los cantones? ¿Que le sucedería si hablara en contra de los narcotraficantes, si se pronunciara en contra de la guerra que es un negocio para unos pocos mientras muchos simplemente tienen que morir, si predicara exigiendo justicia para todos los trabajadores del campo y de la ciudad; si pidiera a los gobernantes que busquen el bien de todos y no sólo el de unos pocos? ¿No cree usted que en ese caso también ahora sobrarían ricos, políticos, pobres, gente religiosa y no religiosa que se asociarían para acusar a Jesús de “malhechor” (Jn 18,30), y de “alborotar al pueblo?” (Lc 23, 14).

En verdad, Jesús muere por la dureza de cabeza y de corazón de los hombres y mujeres de su pueblo y de su tiempo pero, también es cierto que hoy en día sigue muriendo por la dureza de todos los que decimos que creemos en El. Por eso, la Iglesia nos dice que “debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos. Porque según el testimonio del Apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1 Co 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de El con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre El nuestras manos criminales” (Catecismo de la Iglesia Católica, 598).

La palabra "judío" la utilizamos para referirnos a los israelitas pero se utiliza también para referirse a todos los comportamientos que manifiestan en el hombre y la mujer un rechazo hacia Dios y hacia todo lo que se refiere a El.

SEGUNDA PARTE: EL SUFRIMIENTO EN NUESTRA VIDA HOY
En nuestro país hay mucho dolor, por eso, nos dicen nuestros obispos: “cada día, al abrir el periódico, al escuchar la radio o al mirar las noticias en el televisor nos golpea con toda su crudeza la realidad de nuestro país, marcada por tantos hechos violentos. Todos lo sabemos: la violencia está cada vez más presente, en primer lugar, en el seno mismo del hogar; ya sea la violencia que sufre la mujer de parte del esposo o de su compañero de vida, o la que padecen niños y niñas a pesar de su tierna edad: hay violencia física, violencia psicológica y, en forma creciente, incluso violencia sexual. Y aunque no llegue a matar físicamente, no podemos pasar por alto la violencia que invade los hogares sobre todo a través de algunos programas de televisión. Tenemos también la violencia producida por la delincuencia común que acecha en todas partes: en casa y fuera de casa; en el campo y la ciudad, en fincas o terrenos baldíos, en paradas de buses y al interior de los medios de transporte público, en negocios y oficinas. Es una violencia asesina que arrebata sin piedad la vida de personas de toda edad o condición: niñas y niños, mujeres, jóvenes y personas mayores, humildes trabajadores y profesionales. Nadie está a salvo de este flagelo social. A la violencia doméstica y a la delincuencia común se añade la pavorosa violencia de las pandillas juveniles o maras, del narcotráfico y del crimen organizado. Se asesina para robar; se asesina por venganza; se asesina por encargo; se asesina bajo el efecto del alcohol o las drogas; se asesina casi siempre con armas de fuego que circulan prácticamente sin control; se asesina a sangre fría; se asesina con lujo de barbarie y en completa impunidad” (Carta Pastoral de los Obispos de El Salvador, “No te dejes vences por el mal”, n. 9-13).

¿Y cual es la razón de toda esta realidad en nuestro país? La razón es porque todavía no hemos comprendido que cada persona, hombre o mujer, hemos sido creados a “imagen y semejanza de Dios” (Gn 2,26). Y porque la mayoría de cristianos todavía no hemos entendido que “desde el día de su bautismo el Espíritu del Señor entró en su vida y le ha enviado a la sociedad salvadoreña, al pueblo de El Salvador, que si hoy está tan mal es porque la misión que Dios ha encomendado a muchos cristianos ha fracasado… por eso es necesario que dejemos ya de ser un cristianismo de masa y que comencemos a ser y a vivir un cristianismo consciente” (Mon. Romero, Homilía del 8 de julio de 1979).

Ser cristianos no es cuestión únicamente de llenar los templos para estos días de Semana Santa, sino de tomar conciencia de la necesidad que tenemos de dejarnos transformar por esa Gracia de Dios que se desprende de la muerte que su Hijo padeció por nosotros en la cruz, pues solo así podremos transformar en luz toda esta situación de oscuridad en la que como familia y sociedad seguimos crucificando al Señor.


Para dialogar:
- ¿Qué opina de este pensamiento de San Francisco de Asís: “y los demonios no son los que le han crucificado; eres tu quien con ellos lo han crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados”?
- ¿Cuáles serán las raíces de toda la violencia que existe en nuestra sociedad salvadoreña?

Canto y Oración final.

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