miércoles, 8 de abril de 2009

I DOMINGO DE PASCUA

LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Canto y Oración de Apertura: “Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanzas, a gloria de la Víctima propicia de la Pascua. Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió con nueva alianza. Lucharon vida y muerte en singular batalla y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta. ¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua. Primicias de los muertos, sabemos por tu gracia que estáis resucitado; la muerte en ti no manda. Rey vencedor, apiádate de la miseria humana, y da a tus fieles parte en tu victoria santa. Amén. Aleluya”.

Comentario a la Palabra de Dios:
Pedro presenta en resumen el mensaje de la Buena Nueva de Jesús. La intervención de Dios en la historia de Israel continúa con Jesús para toda la humanidad. Después de su Resurrección fueron sus discípulos a quienes se les encomendó continuar la proclamación de este mensaje de una nueva vida para todas las naciones. San Pablo exhorta a los colosenses a llevar vidas de acuerdo con su nuevo estado como hijos e hijas que han muerto y resucitado con Cristo. En Cristo tienen una nueva vida porque han sido reconciliados con Dios a través de su muerte. El Evangelio según San Juan resalta las reacciones de los primeros discípulos ante los maravillosos hechos de la Resurrección de Jesús. María Magdalena se asombra. Pedro también reacciona con perplejidad, confusión y probablemente trata de entender el significado de la tumba vacía y los lienzos en el suelo. Sin embargo, Juan ve la tumba vacía y los lienzos e inmediatamente cree.

PRIMERA PARTE: DEL MIEDO A LA ESPERANZA
Fue terrible la situación que vivieron los apóstoles a partir del momento en que el Señor fue traicionado por uno de sus ellos, y entregado a los que lo crucificaron. Todo en sus vidas se convirtió en tristeza, desesperanza, miedo, remordimiento de conciencia y frustración. ¿Pero qué fue lo que cambió toda aquella realidad en la vida de aquellos hombres? Fue la certeza de saber que Jesús había resucitado, de saber que estaba vivo, y que lo que les había dicho mientras estaba con ellos, “al tercer día resucitare”, era todo verdad. La Iglesia nos dice que “La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz: “Cristo ha resucitado de los muertos, con su muerte ha vencido la muerte. Y a los sepultados ha dado la vida” (Hc 9,3-18) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 638).

La realidad que a nosotros como cristianos nos corresponde vivir ahora es muy parecida a la que vivieron los apóstoles en aquel tiempo, pues ¿quién no siente miedo, tristeza, y desesperación ante la situación de crimen, desempleo, delincuencia y desintegración familiar que se vive nuestro país? Es totalmente cierto lo que dicen nuestros obispos que “cada día, al abrir el periódico, al escuchar la radio o al mirar las noticias en el televisor nos golpea con toda su crudeza la realidad de nuestro país, marcada por tantos hechos violentos” (Carta Pastoral de los Obispos de El Salvador: “No te dejes vences por el mal”, 9). Pero es precisamente a nosotros a quienes nos dice el apóstol: “Os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús” (Hc 13,23-32).

Hermanos y hermanas, aunque nuestra realidad sea tan difícil, quienes creemos que Jesús ha resucitado. “No podemos, y no debemos de seguir viviendo como las personas que no tienen esperanzas, los que creemos en Cristo tenemos un futuro. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par, y quienes tenemos esperanzas tenemos que vivir de otra manera, porque se nos ha abierto una vida nueva” (Papa Benedicto XVI, Salvados en la Esperanza, n. 2). Jesucristo es “el Redentor de la humanidad” (Juan Pablo II, Redemptor himinis, 1), y es en El en quien tenemos que poner nuestra mirada, fe y confianza, pues El es el Único capaz de transformar toda realidad que nos hace sufrir como personas, familias, Iglesia y sociedad en general.

SEGUNDA PARTE: JESUCRISTO ES NUESTRA ESPERANZA
La humanidad necesita ser salvada del odio, el egoísmo, la envidia, y la violencia que nos está destruyendo en todas partes. Pero esta salvación de la que está sedienta la humanidad, no podemos esperarla de ningún hombre, o creer que vamos a conseguirla encarcelando o asesinando ha quienes nos hacen daño, pues como ha dicho el Papa Benedicto XVI, “la parcela de un bosque silvestre se hace fértil precisamente cuando se talan los árboles de la soberbia, se extirpa lo que crece en el alma de modo silvestre y así se prepara el terreno en el que puede crecer pan para el cuerpo y para el alma. ¿Acaso no hemos tenido la oportunidad de comprobar de nuevo, precisamente en el momento de la historia actual, que allí donde las almas se hacen salvajes no se puede lograr ninguna estructuración positiva del mundo” (Papa Benedicto XVI, Salvados en la Esperanza, n. 15) .

Muchos cristianos siguen esperando todavía que los políticos arreglen la situación de desempleo, delincuencia, narcotráfico, corrupción, y desintegración familiar que vivimos no solo en nuestro país, sino en el mundo entero, pero lo cierto es que toda esta realidad no la puede cambiar ningún ser humano sino únicamente Dios. “El ser humano necesita a Dios, de lo contrario, se queda sin esperanza. Nuestro obrar no es indiferente ante Dios y, por tanto, tampoco es indiferente para el desarrollo de la historia. Podemos abrirnos nosotros mismos y abrir el mundo para que entre Dios: la verdad, el amor y el bien. Es lo que han hecho los santos que, como «colaboradores de Dios», han contribuido a la salvación del mundo (1 Cor 3,9; 1 Tes 3,2). Podemos liberar nuestra vida y el mundo de las intoxicaciones y contaminaciones que podrían destruir el presente y el futuro” (Papa Benedicto XVI, Salvados en la Esperanza, n. 23; 35).

Hace dos mil años, los apóstoles entendieron muy bien que solamente Jesucristo era el único capaz de transformar cualquier realidad de pecado que oprimiera a la humanidad, por eso, después de la Resurrección de Jesucristo se dedicaron a predicar que “Dios lo había constituido en juez de vivos y muertos” (Hc 10, 42). Ningún cristiano/a es capaz de abandonar el mal “para buscar los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios” (Col 3,1), como nos dice hoy San Pablo en la segunda lectura, si primero no ha creído de verdad que Jesucristo ha resucitado. Y este es el mensaje que a nosotros cristianos nos corresponde ahora anunciar a todas las personas que nos rodean. No podemos dejarnos vencer por el desánimo y el miedo, creyendo que ya no hay nada por hacer para cambiar toda realidad de pecado que nos invade. Es necesario que releamos de nuevo con atención el Evangelio para que comprendamos más a fondo que Jesús está Vivo, que ha vencido la muerte y el pecado, y que por lo tanto, vale la pena que sigamos confiando plenamente en El.

Para dialogar:
- ¿Qué Significado tiene para tu vida la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo?
- ¿Qué podemos hacer para que la Resurrección de Jesucristo, toque la vida de nuestras familias y de nuestras comunidades?

Canto y Oración final.

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