Recientemente, el sitio web especializado en asuntos vaticanos Vatican Insider, publica una nota, haciendo alusiones a Mons. Romeo Tovar Astorga, obispo titular de Santa Ana, la segunda ciudad de El Salvador. A continuación publicamos la nota completa.
"LA
MASACRE DE LOS JESUITAS
Y
LAS PISTAS FALSAS QUE LLEGARON AL VATICANO"
Por: Gianni Valente.
Ciudad del Vaticano.
Fuente: Vatican Insider.
(11.16.2014)
Las maniobras para culpar a los guerrilleros de la matanza del 16 de noviembre de 1989, con la «misión» del obispo Tovar Astorga; una historia emblemática.
Hace 25 años, la noche del 16 de noviembre, cuando
en San Salvador los soldados del batallón anti-insurgencia Atlácatl masacraron
a 6 jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA), a una cocinera y a su
hija quinceañera, en Europa se estaba festejando la caída del Muro de Berlín, de
diez días antes. El grupo, entrenado en los Estados Unidos y que ejecutó
materialmente la masacre, fue enviado a eliminar a los jesuitas porque eran
«terroristas delincuentes» y sembró diversas falsas pistas (desde las armas utilizadas
hasta pintas de reivindicación en los muros) para culpar de la responsabilidad
a los guerrilleros del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN).
Durante los siguientes años (con base en las investigaciones, en las
confesiones y en el Informe de la Comisión Especial de la ONU sobre las
masacres en El Salvador, publicado en 1993) fueron surgiendo las
responsabilidades de los autores intelectuales (vinculados con la cúpula del
ejército salvadoreño) y algunos detalles sobre las coberturas y pistas falsas
que existían para despistar las averiguaciones. Entre estas también figuraba la
maniobra que pusieron en marcha algunos sectores de la Iglesia salvadoreña para
desviar la atención del Vaticano. Un caso revelador para comprender el ambiente
eclesial de la época, y no solo.
El principal protagonista de la operación fue Romero
Tovar Astorga, entonces obispo de Zacatecoluca y Presidente de la Conferencia
Episcopal de El Salvador. A un mes de la tragedia de la UCA, el eclesiástico
viajó de su país a Roma con el objetivo de convencer a la Santa Sede de que los
marxistas del FMLN habían asesinado al rector Ignacio Ellacuría, a otros cinco
jesuitas y a las pobres Elba y Celina. Llevaba consigo un expediente, con todo
y fotos y documentos, a la manera del formato de los servicios secretos. Las
imágenes representaban sobre todo a jóvenes salvadoreños armados, que fueron
presentados como víctimas del plagio de los guerrilleros.
La «misión» del obispo salvadoreño fue narrada sin
reticencias por él mismo en una entrevista pública con la revista italiana
30Giorni (publicada en enero de 1990). «Desgraciadamente», explicaba el mismo
Tovar Astorga, «la desinformación pesa mucho más que la información. Por esta
razón vine al Vaticano, para que la Santa Sede sepa lo que estaba sucediendo
verdaderamente en El Salvador».
El único argumento que el obispo expuso como
elemento definitivo para convencer a sus interlocutores en el Vaticano de la
responsabilidad de la guerrilla en la masacre fue el esquema lógico del «cui
podrest»: «Puesto que no conozco a los autores intelectuales de este delito»,
explicó con determinación el presidente de los obispos salvadoreños, «creo que
hay que recurrir al sentido común. ¿A quién ha dañado el asesinato de los
jesuitas? ¿Al FMLN o al gobierno? Está claro que dañó al gobierno. Por el
contrario, fue una victoria política para el FMLN, dado que en el extranjero se
acusa de este delito al gobierno, a los militares. Pero en El Salvador nos
preguntamos: si este hecho solo ha provocado daños al gobierno y provecho al
FMLN, ¿quién pudo ser el autor?».
Las demás argumentaciones se presentaban como
deducciones en forma de silogismos, aderezadas con consideraciones sobre los
vicios y los delitos del comunismo internacional. Según Tovar Astorga,
Ellacuría y sus hermanos, atacados por los sectores de la ultra-derecha
oligárquica como simpatizantes de la guerrilla (pocos días antes de la masacre
una radio relacionada con el gobierno había pedido explícitamente la muerte del
rector), en realidad habían sido asesinados por los marxistas, porque Ellacuría
había aceptado dialogar con el presidente Arturo [Alfredo] Cristiani, con la
intención de agilizar el frágil proceso para salir de la guerra civil. «En la
URSS, Cuba y Nicaragua», añadía el obispo con comparaciones, en su opinión,
clarividentes, «siempre ha habido purgas en los partidos comunistas. Cuando una
persona deja de ser útil a la ideología marxista, es aniquilada. Forma
absolutamente parte de los métodos de la práctica comunista: aniquilar a quienes
ya no sirven».
El caso de la «misión» del obispo Tovar Astorga
representa el «modus operandi» con el que los círculos eclesiásticos se
ocuparon y condicionaron durante mucho tiempo las relaciones entre la Santa
Sede y el catolicismo latinoamericano. Entre juegos de grupúsculos y
complicidades creadas con base en afinidades ideológicas. Una mezcla que, a
veces, opacó la mirada con la que en esos años el Vaticano veía las
convulsiones y tragedias de América Latina. «Si en la Europa oriental el
perseguidor es normalmente un ateo, el drama de América Latina es que el
opresor es un hermano cristiano», dijo en una entrevista publicada también en
la revista 30Giorni en la primavera de 1993 el Prepósito general de los
jesuitas Peter-Hans Kolvenbach para explicar el vertiginoso significado del
martirio que sufrieron sus hermanos asesinados en El Salvador.
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