jueves, 3 de octubre de 2013

LAS HISTORIAS PROHIBIDAS DEL SÉPTIMO ARZOBISPO DE SAN SALVADOR



Desde que lo escuché hablar por primera vez, allá por los últimos días del mes de diciembre de 2008, me pareció un individuo raro. Con su tono de voz sumiso y apocado, la estructura informe de su discurso, el léxico paupérrimo y el pobre contenido de sus ideas; me dije a mí mismo que debíamos prepararnos para las sorpresas que nos iba a dar este señor. Además, mi intuición me hacía sentir que a este individuo le calzaba bien aquella frase impertinente que había pronunciado Roque Dalton en Las Historias prohibidas del purgarcito: éste es un «pícaro, santo-tonto e irritado tatarata» (La frase está en el Poema Viejuemierda).
Mis temores comenzaron a tomar cuerpo cuando en el contexto de las elecciones presidenciales del 2009, Escobar Alas pidió a viva voz a la población salvadoreña que no votara por Mauricio Funes y el FMLN, porque esto hundiría al país en una grave crisis social y política. Algo le habrán dicho los que le rodean, ya que su vergüenza le hizo esconderse por más de un mes, tiempo en el que no se supo más de él.
Exactamente tres años más tarde, en diciembre de 2012, mandó, de forma inconsulta con el pueblo salvadoreño ―ya que me parece que este pueblo es el heredero legítimo del edificio de la catedral metropolitana— a demoler la fachada de la Catedral Metropolitana, argumentando que los mosaicos que conformaban una bonita imagen elaborada por el artista salvadoreño Fernando Llort, se estaban desprendiendo y que representaban un peligro para los feligreses que frecuentaban la catedral. Después, cuando le habrán hecho caer en la cuenta de lo pueril, ingenuo y miserable de ese argumento, recurrió al argumento de que se trataba de un mural que representaba a la masonería salvadoreña y que la Iglesia está en contra de esa forma de filosofía. Pues bien, mientras F. Llort recibe el Premio Nacional de Cultura, el Arzobispo permanece en la densidad tenebrosa de su caverna. 
Ahora intenta ejecutar el golpe más duro contra el pueblo pobre de El Salvador, al demoler el símbolo más importante, en materia de derechos humanos, de la Iglesia Católica salvadoreña, que representa el mayor servicio y solidaridad con el pueblo salvadoreño, como es la oficina de Tutela Legal del Arzobispado, que fue erigida por Monseñor Romero y continuada por Mons. Rivera Damas, con el fin de proteger a las víctimas de la violencia que generaba el conflicto armado en el país y que desde entonces, ha desarrollado un gran papel a favor de los pobres y las víctimas en El Salvador.
Con la eliminación de esta institución, tan importante para el pueblo salvadoreño, José Luis Escobar Alas, pasará a ser el tristemente célebre, torpe y mezquino séptimo arzobispo de San Salvador; de triste y lamentable recuerdo para la Iglesia salvadoreña, tan sufrida y tan alejada de Dios.
¿Quiénes son tus asesores José Luis? ¿Acaso no te aconsejan bien o será que vos no te dejás aconsejar? ¿Será entonces que el poder y el dinero te hacen sentir que estás más allá del bien y del mal?
¿A qué iglesia representás, José Luis?
Quiero saberlo, porque por tus acciones puedo deducir con claridad que no representás a la Iglesia de los pobres de El Salvador ni de Latinoamérica. En eso eres coherente.
No representás el amor porque éste es paciente, servicial, sin envidia, no busca su interés, ni se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia sino de la verdad. El amor todo lo excusa, todo lo cree y todo lo soporta. (1 Co 13, 4-7). Por tanto, claro está que no representás el amor.
No representás la Ecclesia (Asamblea) de Dios o la comunidad cristiana de los seguidores de Jesús de Nazareth, ya que éstos como dijo Jesús, son los últimos y además los servidores del pueblo: «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros; sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos». (Mc 10, 42-45).
Por tanto, no representás a Jesús de Nazareth, aquél que murió en la cruz y por eso Dios lo resucitó de entre los muertos y lo constituyó Hijo de Dios (Rm 1, 4).
Por lo que estás haciendo, y a juzgar por lo que dijo Jesús —por sus obras les conoceréis (Mt 7, 16)—, veo que más bien representás a las tinieblas, a la oscuridad y el caos, y que de la misma manera que el maligno se disfraza de ángel de luz (sub angelo lucis) para orquestar el mal, vos también te sabés cobijar bajo una institución que por mandato divino está llamada a proteger al huérfano, a la viuda y al forastero (cfr. Is 1, 21-28).
José Luis, a ti te digo: «En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben al cielo, cada día más tumultuosos, les ruego, les suplico, les ordeno en nombre de Dios, ¡Cesen la represión!» (Mons. Romero. Homilía del 23 de marzo de 1980).

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