Por: Corina Mora Torrero.
Fuente: Revista "Alandar".
En el 35º aniversario de la muerte de monseñor
Romero y ante las alentadoras noticias que llegan desde el Vaticano sobre su
proceso de canonización, en alandar hemos querido acercarnos a Óscar Romero
desde la voz de María López-Vigil, quien lo conoció bien y lo dio a conocer a
todos los demás a través de su libro Piezas para un retrato de Monseñor
Romero. En esta entrevista buscamos saber por qué es este el momento de
canonizarle y las claves de la importancia de este obispo para quienes luchan
por la justicia desde la fe.
Monseñor Romero es una figura indiscutible de la
Iglesia latinoamericana. Su vida entregada y su asesinato en 1980, en plena
celebración de la eucaristía, dejaban pocas dudas. Sin embargo, apenas en enero
de 2015 las autoridades vaticanas han reconocido y validado como martirio “in
odium fidei” su asesinato. Esto agiliza su beatificación.
¿Por qué en este
momento? ¿Qué ha cambiado en la Iglesia?
Ha cambiado el papa y eso es fundamental en una
institución monárquica como es la Iglesia católica. Según ha contado Vicenzo
Paglia, el postulador de la causa de monseñor, el papa Francisco le dijo desde
que llegó al cargo que “corriera” con ella, que había estado congelada por más
de 15 años en el Vaticano. ¿Por qué? Hay que recordar que monseñor Romero tuvo
grandes adversarios entre sus hermanos obispos salvadoreños (a excepción de
monseñor Rivera, quien sería su sucesor), entre poderosos obispos y cardenales
latinoamericanos y de la curia vaticana. No lo querían, lo consideraban un
comunista, un loco, hicieron todo lo posible por desacreditarlo. Poco se
acepta, pero esa enemistad, sin duda, facilitó su asesinato.
¿Por qué cree
que se dilató su causa de beatificación/canonización?
Por esa enemistad, naturalmente. No olvidemos que
Juan Pablo II estuvo entre esos adversarios. El papa Wojtyla lo humilló y lo
menospreció en la audiencia que monseñor tuvo con él en el Vaticano en mayo de
1979, según me lo contó el propio monseñor, como he relatado muchas veces,
también en el libro que escribí, Piezas para un retrato de Monseñor Romero.
También había problemas “teóricos” que detenían el proceso. Esos adversarios,
muy poderosos, pensaban que si lo hacían santo eso significaría una
santificación de la teología de la liberación, un movimiento y una práctica que
estaban persiguiendo con saña por todo el continente.
¿Cree que la
canonización está cerca?
Espero que sí. Al declararlo mártir, el proceso es
más ágil porque se eliminan los “milagros” que el beato debe hacer para que lo
nombren así y, después, los que debe hacer para que lo declaren santo. Está
cerca la canonización porque ahí está el papa Francisco. Más que declararlo
beato o santo, lo que celebro, lo que me alegra muchísimo, es que lo hayan
declarado mártir. Esto tiene, a mi manera de ver, una enorme trascendencia. Es la
primera vez que quienes matan a un mártir católico son también católicos. Hasta
ahora eran paganos, eran ateos o eran de otras religiones quienes mataban a
quienes la Iglesia declaraba mártires. Ahora estamos ante una novedad, porque
el gobierno de El Salvador de aquel tiempo y todas sus estructuras se
declaraban católicos y en nombre de su catolicismo perseguían a “comunistas” y
los liquidaban. Así que fueron católicos quienes mataron a un arzobispo
católico por “odio a la fe”. Nunca habíamos visto algo así. Y esto que vemos da
para muchísima reflexión sobre esta etapa de la historia de nuestro continente.
Porque si monseñor Romero es “mártir”, él representa a los miles y miles de
católicos (otros obispos, sacerdotes, monjas, catequistas, delegados de la
palabra…) que también fueron asesinados por lo mismo, por “odio a la fe”, una
fe que vivían y expresaban luchando por la justicia. A estos miles y miles no
los beatificarán ni canonizarán, pero eso es lo de menos. Monseñor Romero
mártir los representa a todos.
San Romero de
América es una realidad desde hace tiempo para una inmensa cantidad de
creyentes de América Latina. ¿Dónde radica la grandeza de monseñor Romero? ¿En
su proceso de cambio, en su defensa de las personas más pobres, en su martirio?
La vida de monseñor Romero nos enseña que las
personas y las autoridades pueden cambiar. Él comenzó a cambiar cuando ya era
mayor. Rompió así una ley de la vida, porque la gente mayor no suele cambiar. Y
comenzó a cambiar y cambió completamente cuando le dieron el puesto de mayor
poder en la Iglesia de El Salvador. Rompió así una ley de la historia porque,
casi siempre, mientras más poder tienes menos cambias si ese cambio pone en
riesgo el poder que te han dado. Él arriesgó no sólo el poder, sino la vida.
Monseñor era muy consciente del poder que tenía y de que se jugaba la vida
todos los días. Creo también que su grandeza reside en que en su cambio
personal, en su defensa de los derechos de los pobres, en sus palabras, también
en la muerte con que lo mataron, están resumidos todos los grandes desafíos de
aquella etapa de la historia de Centroamérica: la represión cruel, el cierre de
los espacios ciudadanos, la tenaz lucha por los derechos humanos diariamente
violados, la organización popular, la obscena injerencia de Estados Unidos, el
terrorismo de Estado, el despertar de la conciencia campesina, el surgimiento
de “otra” Iglesia, los presos políticos, las torturadas, los desaparecidos, las
refugiadas, la resistencia sin tregua, la pobreza y la miseria tocando fondo. Y
la guerra. Y el anhelo de una paz justa y digna. A la hora del recuento,
presiento que será monseñor Romero, el más universal de los salvadoreños,
quien, en definitiva, nos representará a centroamericanos y centroamericanas en
las páginas de esa historia mayor, la que se escribe con la distancia que nos
regala el tiempo.
¿Qué significó
monseñor Romero para la Iglesia latinoamericana de los 80? ¿Qué significa hoy
su figura?
Significa un referente de extraordinaria fuerza. Él
es orgullo de su patria, de Centroamérica, de América Latina. Cuando pienso en
él, recuerdo siempre esa cita bíblica: “Eres la gloria y la alegría de tu país,
eres el orgullo de nuestro pueblo”. Eso es. Nos da dignidad, nos dignifica. Su
rostro, su historia, su memoria es ya un emblema, una bandera, un icono.
¿Por qué la
“politización” de la fe tiene tan mala fama?
La palabra “política” y todos sus derivados ha sido
desprestigiada por una casta política que no trabaja por el bien común y que se
enriquece con la política. Eso ha influido mucho en la mala fama. La fe,
entendida como una relación individual e intimista con Dios, basada en no
cometer pecados individuales, en puros ritos y oraciones, rechaza la política
como algo “mundano”. Pero la política no es otra cosa que la expresión de las
relaciones de poder que existen en una sociedad, en las que siempre hay
ganadores y perdedores. Luchar porque la brecha entre unos y otros sea cada vez
menor, luchar por la equidad, luchar contra la extrema pobreza, y también
contra la extrema riqueza, es esencial en la tradición profética de la Biblia y
en el mensaje de Jesús. Durante siglos la mayoría de las jerarquías de la
Iglesia católica olvidaron eso. La “mala fama” se ha fabricado desde el poder.
La han fabricado los poderosos, tanto en los gobiernos como en la Iglesia.
Monseñor Romero también pensó así durante muchos años, huía de la politización,
temía la relación de la política con la fe, sancionaba a los sacerdotes que se
metían en política... Dejar de pensar así es expresión de su cambio.
En los momentos
actuales, ¿es necesaria una figura como monseñor Romero para defender a quienes
están siendo explotados? ¿Cómo se posiciona hoy la Iglesia en Centroamérica?
¿Qué ha cambiado en 35 años?
El tiempo de monseñor Romero ya no existe. Centroamérica
ha cambiado mucho. Acabó la violencia de la guerra, pero ahora vivimos otras
violencias, incluso más complejas. Somos territorios de emigrantes en masa y de
narcotraficantes, problemas que no existían con estas dimensiones en tiempo de
monseñor. Durante años, en Centroamérica hemos dicho: “Queremos obispos como
monseñor Romero”. Realmente, no los hay en Centroamérica. No de su talla, no de
su compromiso. ¿Por qué? No debemos olvidar que hemos vivido 35 años bajo dos
pontificados, el de Juan Pablo II y el de Benedicto XVI, que tuvieron una
orientación en sentido contrario a la de monseñor Romero.
¿Qué conflicto
actual sería el objeto de homilía de monseñor Romero hoy en El Salvador, en
Centroamérica?
Hablaría en sus homilías de los derechos de los
migrantes y de la omnipresente influencia del narcotráfico en las instituciones
de los Estados y en los cuerpos militares. De denunciar lo del narco también lo
habrían matado. Creo que hablaría también de la violencia contra las mujeres y
de la paternidad irresponsable, a la que yo llamo “aborto masculino”.
¿Cuál es la cita
de Óscar Romero que más le gusta?
Una que se ha repetido hasta la saciedad: "Si
me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Y me gusta porque se cumplió. Y
porque su resurrección ha ido mucho más allá de su pueblo. Hoy lo estamos
viendo.
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