lunes, 8 de febrero de 2016

CONSIDERACIONES ACERCA DE LA CIRCULAR DE LA CEDES QUE PROHÍBE A LOS SACERDOTES ESTUDIAR EN UNIVERSIDADES CIVILES



«La Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad»[1]

A PROPÓSITO DE LA CIRCULAR DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL
DE EL SALVADOR EN LA QUE SE PROHIBE A LOS SACERDOTES
ESTUDIAR EN UNIVERSIDADES CIVILES

El documento al que nos referimos es la Carta Circular de la Conferencia Episcopal de El Salvador a los sacerdotes de la Provincia Eclesiástica (En adelante: “La Circular”). El documento está fechado el 25 de enero de 2016.

1.      Marco general de la cuestión
Dado que los obispos de El Salvador publican un documento prohibiendo que los sacerdotes estudien en universidades civiles o «laicas» como ellos las llaman. Entonces se da como un hecho que hay sacerdotes estudiando carreras universitarias que no son teológicas y que tales estudios constituyen un peligro o un daño para dichos sacerdotes.  
El contenido de la circular da pie para detenerse en un aspecto medular de la fe cristiana hoy: la relación que la Iglesia mantiene con el mundo. Un aspecto que es claramente identificable en el magisterio de Juan XXIII, Pablo VI y el Papa Francisco.
El Papa Juan XXIII, en su discurso de inauguración del Concilio Vaticano II se expresaba en los siguientes términos:
El gesto del más reciente y humilde sucesor de San Pedro, que os habla, al convocar esta solemnísima asamblea, se ha propuesto afirmar, una vez más, la continuidad del Magisterio Eclesiástico, para presentarlo en forma excepcional a todos los hombres de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las desviaciones, las exigencias y las circunstancias de la edad contemporánea.
En el cotidiano ejercicio de Nuestro ministerio pastoral llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida, y como si en tiempo de los precedentes Concilios Ecuménicos todo hubiese procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y de la vida cristiana, y de la justa libertad de la Iglesia.
Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia.
Fácil es descubrir esta realidad, cuando se considera atentamente el mundo moderno, tan ocupado en la política y en las disputas de orden económico que ya no encuentra tiempo para atender a las cuestiones del orden espiritual, de las que se ocupa el magisterio de la Santa Iglesia. Modo semejante de obrar no va bien, y con razón ha de ser desaprobado; mas no se puede negar que estas nuevas condiciones de la vida moderna tienen siquiera la ventaja de haber hecho desaparecer todos aquellos innumerables obstáculos, con que en otros tiempos los hijos del mundo impedían la libre acción de la Iglesia. En efecto; basta recorrer, aun fugazmente, la historia eclesiástica, para comprobar claramente cómo aun los mismos Concilios Ecuménicos, cuyas gestas están consignadas con áureos caracteres en los fastos de la Iglesia Católica, frecuentemente se celebraron entre gravísimas dificultades y amarguras, por la indebida ingerencia de los poderes civiles. Verdad es que a veces los Príncipes seculares se proponían proteger sinceramente a la Iglesia; pero, con mayor frecuencia, ello sucedía no sin daño y peligro espiritual, porque se dejaban llevar por cálculos de su actuación política, interesada y peligrosa.
Pero no sin una gran esperanza y un gran consuelo vemos hoy cómo la Iglesia, libre finalmente de tantas trabas de orden profano, tan frecuentes en otros tiempos, puede, desde esta Basílica Vaticana, como desde un segundo Cenáculo Apostólico, hacer sentir a través de vosotros su voz, llena de majestad y de grandeza[2].

Las puntualizaciones de Juan XXIII son claras: primero, que la Iglesia no teme, por más difícil que sea, dialogar con el mundo contemporáneo; segundo, que hay «profetas de calamidades» que, en modo injustificado y a partir de una visión triunfalista y romántica de la Iglesia, se oponen a que ella se ponga a la altura de los tiempos; tercero, que él disiente de ese tipo de personas porque están respondiendo a intereses específicos, es decir, se dejan llevar «por cálculos de su actuación política, interesada y peligrosa».
También Pablo VI se suma a este espíritu de renovación que surge a partir del Concilio Vaticano II. Comentando el n. 3 del Decreto Presbyterorum Ordinis, donde se trata de la condición de los presbíteros en el mundo, dice:
«Este estudio de perfeccionamiento espiritual y moral se ve estimulado aun exteriormente por las condiciones en que la Iglesia desarrolla su vida. No puede permanecer inmóvil e indiferente ante los cambios del mundo que le rodea. Estos cambios influyen de mil maneras en ella, y le imponen su marcha y sus condiciones. Es evidente que la Iglesia no está separada del mundo, sino que vive en él. Por eso los miembros de la Iglesia reciben su influjo, respiran su cultura, aceptan sus leyes, adoptan sus costumbres. Este contacto inmanente de la Iglesia con la sociedad temporal le crea una continua situación problemática, hoy gravísima... He aquí cómo enseñaba S. Pablo a los cristianos de la primera generación: "No os juntéis bajo un mismo yugo con los infieles. ¿Qué consorcio hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué comunidad entre la luz y las tinieblas?..., ¿Qué participación tiene el fiel con el infiel?" (2 Cor., 6, 14-15). La pedagogía cristiana deberá recordar siempre al discípulo de nuestro tiempo esta su privilegiada condición y este consiguiente deber de vivir en el mundo, según el deseo mismo de Jesús que antes citamos con respecto a sus discípulos: "No pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo" (Jn., 17, 15-16). La Iglesia hace suya esta oración. Sin embargo, esta diferencia no es lo mismo que separación, ni manifiesta indiferencia, ni miedo, ni desprecio. Pues cuando la Iglesia se distingue de la humanidad está tan lejos de oponérsele que, incluso, está unida a ella»[3].

Pablo VI sostiene que los miembros de la Iglesia, sin renunciar a su identidad ni al depósito de la fe, ni son indiferentes, ni temen, ni desprecian al mundo, porque él es el ámbito natural de su realización. Al contrario, la Iglesia no debe segregarse del mundo, sino estar unida a él.
Muchas de estas indicaciones las encontramos plasmadas en los documentos promulgados del Concilio Vaticano II. El decreto Presbyterorum Ordinis ciertamente afirma que «la ciencia de un ministro sagrado debe ser sagrada, porque emana de una fuente sagrada y a un fin sagrado se dirige», pero en el mismo número se afirma que dado que «en nuestros tiempos la cultura humana, y también las ciencias sagradas, avanzan con un ritmo nuevo, los presbíteros se ven impulsados a completar convenientemente y sin intermisión su ciencia divina y humana, y a prepararse, de esta forma, para entablar más ventajosamente el diálogo con los hombres de su tiempo» (n. 19).
Lo mismo se diga de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, donde aparece, por una parte, una clara descripción de la cultura moderna, con la que hay que dialogar:
Las circunstancias de vida del hombre moderno en el aspecto social y cultural han cambiado profundamente, tanto que se puede hablar con razón de una nueva época de la historia humana. Por ello, nuevos caminos se han abierto para perfeccionar la cultura y darle una mayor expansión. Caminos que han sido preparados por el ingente progreso de las ciencias naturales y de las humanas, incluidas las sociales; por el desarrollo de la técnica, y también por los avances en el uso y recta organización de los medios que ponen al hombre en comunicación con los demás. De aquí provienen ciertas notas características de la cultura actual: Las ciencias exactas cultivan al máximo el juicio crítico; los más recientes estudios de la psicología explican con mayor profundidad la actividad humana; las ciencias históricas contribuyen mucho a que las cosas se vean bajo el aspecto de su mutabilidad y evolución; los hábitos de vida y las costumbres tienden a uniformarse más y más; la industrialización, la urbanización y los demás agentes que promueven la vida comunitaria crean nuevas formas de cultura (cultura de masas), de las que nacen nuevos modos de sentir, actuar y descansar; al mismo tiempo, el creciente intercambio entre las diversas naciones y grupos sociales descubre a todos y a cada uno con creciente amplitud los tesoros de las diferentes formas de cultura, y así poco a poco se va gestando una forma más universal de cultura, que tanto más promueve y expresa la unidad del género humano cuanto mejor sabe respetar las particularidades de las diversas culturas (n. 54).
Por otra parte, presenta una clara complementariedad entre las ciencias teológicas y las ciencias humanas. Hablando del acuerdo que debe existir entre la cultura humana y la educación cristiana:
Aunque la Iglesia ha contribuido mucho al progreso de la cultura, consta, sin embargo, por experiencia que por causas contingentes no siempre se ve libre de dificultades al compaginar la cultura con la educación cristiana.
Estas dificultades no dañan necesariamente a la vida de fe; por el contrario, pueden estimular la mente a una más cuidadosa y profunda inteligencia de aquélla. Puesto que los más recientes estudios y los nuevos hallazgos de las ciencias, de la historia y de la filosofía suscitan problemas nuevos que traen consigo consecuencias prácticas e incluso reclaman nuevas investigaciones teológicas. Por otra parte, los teólogos, guardando los métodos y las exigencias propias de la ciencia sagrada, están invitados a buscar siempre un modo más apropiado de comunicar la doctrina a los hombres de su época; porque una cosa es el depósito mismo de la fe, o sea, sus verdades, y otra cosa es el modo de formularlas conservando el mismo sentido y el mismo significado. Hay que reconocer y emplear suficientemente en el trabajo pastoral no sólo los principios teológicos, sino también los descubrimientos de las ciencias profanas, sobre todo en psicología y en sociología, llevando así a los fieles y una más pura y madura vida de fe (n. 62).

En el mismo horizonte se mueve el Papa Francisco. Del actual pontífice se puede citar cantidad de pasajes en los que aboga por una Iglesia en salida y en diálogo con el mundo. Citemos uno de los fragmentos más ilustrativos de su magisterio:
Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Repito aquí para toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37)[4].

Es obvio que el Papa Francisco le preocupa que la Iglesia esté muy preocupada por sí misma, por cuidar sus intereses y no volcada en ayudar a las víctimas que va provocando la historia.
Queda claro, pues, que el magisterio más cercano a los propósitos del Concilio Vaticano II mira como algo normal que la Iglesia mantenga un diálogo con el mundo. Todo ello sin renunciar a su identidad y nunca poniendo bajo sospecha que en el mundo se pueda encontrar la presencia de Dios.

2.      Los contenidos de la circular
No es necesario que se analice todo el texto, para ello remitimos a su lectura. Pero, sí interesa resaltar algunos pasajes.
Por una parte, se afirma que «…en cada diócesis hay diversos programas y actividades encaminadas a la formación permanente del Clero y también a nivel nacional se realizan actividades propias de la pastoral sacerdotal para favorecer la formación permanente de los sacerdotes en nuestra Provincia eclesiástica» (La circular).
A este respecto bastaría con indagar en cada diócesis cuál es el plan diocesano de formación permanente para percatarse de la precariedad con que se vive este importante aspecto de la formación del clero. Salvo algunas excepciones, encontrar seminarios y cursos especializados para sacerdotes, es una rareza en El Salvador. Además, el porcentaje de sacerdotes becados en una diócesis no alcanza ni siquiera el 50%.
Probablemente el párrafo que produce más dificultades para asimilarlo es el que se refiere a la prohibición y que denota mucha desconfianza por parte de los obispos respecto de sus sacerdotes y es el siguiente:
«Que los sacerdotes estudien carreras universitarias por iniciativa propia y en Universidades laicas no es lo propio ni lo conveniente para nosotros; pues corremos muchos riesgos frente al mundo, además de dejar en cierto abandono la Parroquia y la vida pastoral, que es nuestro primer compromiso sacerdotal. Tampoco se trata de estudiar cualquier carrera universitaria por si acaso un día se abandona el sacerdocio, esto no va con nuestra vocación y misión, lejos de nosotros esta tentación» (La circular. El subrayado en negrita aparece así en el texto original).

En el parágrafo citado se habla de que los sacerdotes corren «muchos riesgos frente al mundo». Los papas antes citados nunca negaron los peligros que se corren en el mundo, que, por cierto, justamente por eso es mundo. Pero, eso no los amilanó, ni están pidiendo que los sacerdotes se encierren en las sacristías hasta que un día el mundo deje de ser mundo y se acaben los peligros.
Por otra parte, suponiendo que sea cierto que algunos sacerdotes estudian para luego retirarse del ministerio sacerdotal, parece que es contraproducente tener al interno de la Iglesia sacerdotes que no quieren seguir ejerciendo el ministerio, pero eso es una cuestión de libertad, es decir, no existe un vínculo directo y ontológico entre estudiar y no querer estar en el ministerio. De hecho, hay sacerdotes que no han pisado nunca los edificios de una universidad y han renunciado al ministerio. Otros han estudiado en universidades católicas ultra-conservadoras y también han dejado el ministerio sacerdotal. Y en lo que toca descuidar la parroquia, para ello no es necesario ser estudiado. Hay muchos párrocos que descuidan su parroquia y en un mes no logran leerse ni siquiera un libro. El párroco que descuida la parroquia no lo hace porque sea estudiado, sino porque está cansado de ser sacerdote y ese sí debería renunciar al ministerio.
Se llega pues a la prohibición:
«Por tanto, por las presentes letras, hacemos del conocimiento de todos los sacerdotes de la Provincia Eclesiástica de El Salvador, especialmente de los Párrocos, de los Administradores Parroquiales y de los Vicarios Parroquiales, que no está permitido realizar estudios universitarios y en Universidades laicas sin el permiso escrito del respectivo Obispo Diocesano, pedimos a quienes desean realizar estudios universitarios hacerlo saber al propio Obispo Diocesano, a fin de que podamos, como Conferencia Episcopal, ir paulatinamente buscando becas y la mejor manera de que puedan hacerlo en alguna Universidad Eclesiástica o en el CELAM, en un ambiente que favorezca mejor la vida sacerdotal. Esto les rogamos tomarlo muy en serio, como una norma de derecho particular» (La Circular. El subrayado en negrita aparece así en el texto original).

Por lo que expresa el texto, no dice que los sacerdotes no pueden estudiar, sino que para hacerlo necesitan la aprobación escrita del ordinario. Ciertamente, la prohibición se pudo formular en modo positivo, pero «la palabra queda», o como decía Poncio Pilato: «lo escrito, escrito está».
Ciertamente, a tenor de lo que dice la Pastores Dabo Vobis, n. 66, y en coincidencia con Presbyterorum Ordinisn. 7, son los obispos los principales encargados de procurar la formación de sus sacerdotes, pero incluso cuando hacen esas afirmaciones se refiere también a la importancia de la formación humana:
Son los Obispos los primeros que deben sentir su grave responsabilidad en la formación de los encargados de la educación de los futuros presbíteros. Para este ministerio deben elegirse sacerdotes de vida ejemplar y con determinadas cualidades: «la madurez humana y espiritual, la experiencia pastoral, la competencia profesional, la solidez en la propia vocación, la capacidad de colaboración, la preparación doctrinal en las ciencias humanas (especialmente la psicología), que son propias de su oficio, y el conocimiento del estilo peculiar del trabajo en grupo».

Estos son, a nuestro modo de ver, las afirmaciones que más interesa destacar. Sin duda el texto no es muy claro en ciertos aspectos y quedan muchas dudas, que planteamos a continuación.

3.      Cuestiones abiertas acerca de la circular

a.       La primera pregunta que viene a la mente es si toda la conferencia está de acuerdo, con la misma intensidad, en los contenidos de la circular. Concretamente, interesaría saber qué obispo o cuáles obispos hicieron la propuesta de redactar dicha circular.
b.       También es válido preguntarse si los obispos firmantes están de acuerdo o no con el Magisterio de los Papas: Juan XXIII, Pablo VI y Francisco, que claramente afirman el valor y la importancia de los estudios de las ciencias humanas.
c.       Sería interesante saber cuáles son las universidades eclesiásticas de El Salvador en las que es posible estudiar.
d.      En todo caso, es importante saber si existe algún instructivo, manual, página web o persona encargada que pueda informar acerca de los cursos de formación disponibles o las becas de las que habla la Conferencia Episcopal de El Salvador y que dicen ofrecer a los sacerdotes.
e.       Nos gustaría conocer de las estadísticas que sustentan la afirmación según la cual la mayor parte de los sacerdotes que estudian han dejado el ministerio sacerdotal. Qué porcentaje es: el 90%, el 50%, el 25%, etc., como para considerarlo una crisis.
La circular tiene un tono pesimista y da la impresión de retroceder en el avance del proceso evangelizador que la Iglesia tiene que ejercer en un mundo adulto que no tolera falsos paternalismos. ¿Cuál es el propósito de los obispos de  El Salvador, más allá de lo que se lee en el texto?



[1] Juan XXIII, Discurso inaugural del Concilio Vaticano II (Jueves, 11 de octubre de 1962): AAS 54 (1962) 786.
[2] Juan XXIII, Discurso inaugural del Concilio Vaticano II (Jueves, 11 de octubre de 1962): AAS 54 (1962) 786.
[3] Pablo VI, Encicl. Ecclesiam Suam, del 6 de agosto de 1964: AAS 56 (1964), pp. 627 y 638.
[4] Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (24 noviembre 2013).

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