«La Esposa de Cristo prefiere usar
la medicina de la misericordia más que la de la severidad»[1]
A PROPÓSITO DE LA
CIRCULAR DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL
DE EL SALVADOR EN
LA QUE SE PROHIBE A LOS SACERDOTES
ESTUDIAR EN
UNIVERSIDADES CIVILES
El documento al que nos
referimos es la Carta Circular de la
Conferencia Episcopal de El Salvador a los sacerdotes de la Provincia
Eclesiástica (En adelante: “La Circular”). El documento está fechado el 25
de enero de 2016.
1.
Marco
general de la cuestión
Dado que los obispos de
El Salvador publican un documento prohibiendo que los sacerdotes estudien en
universidades civiles o «laicas» como ellos las llaman. Entonces se da como un
hecho que hay sacerdotes estudiando carreras universitarias que no son
teológicas y que tales estudios constituyen un peligro o un daño para dichos
sacerdotes.
El contenido de la
circular da pie para detenerse en un aspecto medular de la fe cristiana hoy: la
relación que la Iglesia mantiene con el mundo. Un aspecto que es claramente
identificable en el magisterio de Juan XXIII, Pablo VI y el Papa Francisco.
El Papa Juan XXIII, en
su discurso de inauguración del Concilio Vaticano II se expresaba en los siguientes
términos:
El gesto
del más reciente y humilde sucesor de San Pedro, que os habla, al convocar esta
solemnísima asamblea, se ha propuesto afirmar, una vez más, la continuidad del
Magisterio Eclesiástico, para presentarlo en forma excepcional a todos los
hombres de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las desviaciones, las exigencias
y las circunstancias de la edad contemporánea.
En el
cotidiano ejercicio de Nuestro ministerio pastoral llegan, a veces, a nuestros
oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su
celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no
ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que
nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan
como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la
vida, y como si en tiempo de los precedentes Concilios Ecuménicos todo hubiese
procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y de la vida cristiana, y de
la justa libertad de la Iglesia.
Nos
parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar
siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese
inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a
un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres pero
más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de
planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades,
aquélla lo dispone para mayor bien de la Iglesia.
Fácil es
descubrir esta realidad, cuando se considera atentamente el mundo moderno, tan
ocupado en la política y en las disputas de orden económico que ya no encuentra
tiempo para atender a las cuestiones del orden espiritual, de las que se ocupa
el magisterio de la Santa Iglesia. Modo semejante de obrar no va bien, y con
razón ha de ser desaprobado; mas no se puede negar que estas nuevas condiciones
de la vida moderna tienen siquiera la ventaja de haber hecho desaparecer todos
aquellos innumerables obstáculos, con que en otros tiempos los hijos del mundo
impedían la libre acción de la Iglesia. En efecto; basta recorrer, aun
fugazmente, la historia eclesiástica, para comprobar claramente cómo aun los
mismos Concilios Ecuménicos, cuyas gestas están consignadas con áureos
caracteres en los fastos de la Iglesia Católica, frecuentemente se celebraron
entre gravísimas dificultades y amarguras, por la indebida ingerencia de los
poderes civiles. Verdad es que a veces los Príncipes seculares se proponían
proteger sinceramente a la Iglesia; pero, con mayor frecuencia, ello sucedía no
sin daño y peligro espiritual, porque se dejaban llevar por cálculos de su
actuación política, interesada y peligrosa.
Pero no sin una gran esperanza y un gran consuelo vemos hoy cómo la
Iglesia, libre finalmente de tantas trabas de orden profano, tan frecuentes en
otros tiempos, puede, desde esta Basílica Vaticana, como desde un segundo
Cenáculo Apostólico, hacer sentir a través de vosotros su voz, llena de
majestad y de grandeza[2].
Las puntualizaciones de Juan
XXIII son claras: primero, que la Iglesia no teme, por más difícil que sea,
dialogar con el mundo contemporáneo; segundo, que hay «profetas de calamidades»
que, en modo injustificado y a partir de una visión triunfalista y romántica de
la Iglesia, se oponen a que ella se ponga a la altura de los tiempos; tercero,
que él disiente de ese tipo de personas porque están respondiendo a intereses
específicos, es decir, se dejan llevar «por cálculos de su actuación política,
interesada y peligrosa».
También Pablo VI se suma a este
espíritu de renovación que surge a partir del Concilio Vaticano II. Comentando
el n. 3 del Decreto Presbyterorum Ordinis,
donde se trata de la condición de los presbíteros en el mundo, dice:
«Este
estudio de perfeccionamiento espiritual y moral se ve estimulado aun
exteriormente por las condiciones en que la Iglesia desarrolla su vida. No
puede permanecer inmóvil e indiferente ante los cambios del mundo que le rodea.
Estos cambios influyen de mil maneras en ella, y le imponen su marcha y sus
condiciones. Es evidente que la Iglesia no está separada del mundo, sino que
vive en él. Por eso los miembros de la Iglesia reciben su influjo, respiran su
cultura, aceptan sus leyes, adoptan sus costumbres. Este contacto inmanente de
la Iglesia con la sociedad temporal le crea una continua situación
problemática, hoy gravísima... He aquí cómo enseñaba S. Pablo a los cristianos
de la primera generación: "No os juntéis bajo un mismo yugo con los
infieles. ¿Qué consorcio hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué comunidad
entre la luz y las tinieblas?..., ¿Qué participación tiene el fiel con el
infiel?" (2 Cor., 6, 14-15). La pedagogía cristiana deberá recordar
siempre al discípulo de nuestro tiempo esta su privilegiada condición y este
consiguiente deber de vivir en el mundo, según el deseo mismo de Jesús que
antes citamos con respecto a sus discípulos: "No pido que los saques del
mundo, sino que los guardes del mal. Ellos no son del mundo, como yo no soy del
mundo" (Jn., 17, 15-16). La Iglesia hace suya esta oración. Sin
embargo, esta diferencia no es lo mismo que separación, ni manifiesta
indiferencia, ni miedo, ni desprecio. Pues cuando la Iglesia se distingue de la
humanidad está tan lejos de oponérsele que, incluso, está unida a ella»[3].
Pablo VI sostiene que los
miembros de la Iglesia, sin renunciar a su identidad ni al depósito de la fe,
ni son indiferentes, ni temen, ni desprecian al mundo, porque él es el ámbito
natural de su realización. Al contrario, la Iglesia no debe segregarse del
mundo, sino estar unida a él.
Muchas de estas indicaciones las
encontramos plasmadas en los documentos promulgados del Concilio Vaticano II. El
decreto Presbyterorum Ordinis ciertamente
afirma que «la
ciencia de un ministro sagrado debe ser sagrada, porque emana de una fuente
sagrada y a un fin sagrado se dirige», pero en el mismo número se afirma que
dado que «en nuestros tiempos la cultura humana, y también las ciencias sagradas,
avanzan con un ritmo nuevo, los presbíteros se ven impulsados a completar
convenientemente y sin intermisión su ciencia divina y humana, y a prepararse,
de esta forma, para entablar más ventajosamente el diálogo con los hombres de
su tiempo» (n. 19).
Lo mismo se diga de la
Constitución Pastoral Gaudium et Spes, donde
aparece, por una parte, una clara descripción de la cultura moderna, con la que
hay que dialogar:
Las
circunstancias de vida del hombre moderno en el aspecto social y cultural han
cambiado profundamente, tanto que se puede hablar con razón de una nueva época
de la historia humana. Por ello, nuevos caminos se han abierto para
perfeccionar la cultura y darle una mayor expansión. Caminos que han sido
preparados por el ingente progreso de las ciencias naturales y de las humanas,
incluidas las sociales; por el desarrollo de la técnica, y también por los
avances en el uso y recta organización de los medios que ponen al hombre en
comunicación con los demás. De aquí provienen ciertas notas características de
la cultura actual: Las ciencias exactas cultivan al máximo el juicio crítico;
los más recientes estudios de la psicología explican con mayor profundidad la
actividad humana; las ciencias históricas contribuyen mucho a que las cosas se
vean bajo el aspecto de su mutabilidad y evolución; los hábitos de vida y las
costumbres tienden a uniformarse más y más; la industrialización, la
urbanización y los demás agentes que promueven la vida comunitaria crean nuevas
formas de cultura (cultura de masas), de las que nacen nuevos modos de sentir,
actuar y descansar; al mismo tiempo, el creciente intercambio entre las
diversas naciones y grupos sociales descubre a todos y a cada uno con creciente
amplitud los tesoros de las diferentes formas de cultura, y así poco a poco se
va gestando una forma más universal de cultura, que tanto más promueve y
expresa la unidad del género humano cuanto mejor sabe respetar las
particularidades de las diversas culturas (n. 54).
Por otra parte, presenta una
clara complementariedad entre las ciencias teológicas y las ciencias humanas. Hablando
del acuerdo que
debe existir entre la cultura humana y la educación cristiana:
Aunque la Iglesia ha contribuido mucho al progreso
de la cultura, consta, sin embargo, por experiencia que por causas contingentes
no siempre se ve libre de dificultades al compaginar la cultura con la
educación cristiana.
Estas dificultades no dañan necesariamente a la vida
de fe; por el contrario, pueden estimular la mente a una más cuidadosa y
profunda inteligencia de aquélla. Puesto que los más recientes estudios y los
nuevos hallazgos de las ciencias, de la historia y de la filosofía suscitan
problemas nuevos que traen consigo consecuencias prácticas e incluso reclaman
nuevas investigaciones teológicas. Por otra parte, los teólogos, guardando los
métodos y las exigencias propias de la ciencia sagrada, están invitados a
buscar siempre un modo más apropiado de comunicar la doctrina a los hombres de
su época; porque una cosa es el depósito mismo de la fe, o sea, sus verdades, y
otra cosa es el modo de formularlas conservando el mismo sentido y el mismo
significado. Hay que reconocer y emplear suficientemente en el trabajo pastoral
no sólo los principios teológicos, sino también los descubrimientos de las
ciencias profanas, sobre todo en psicología y en sociología, llevando así a los
fieles y una más pura y madura vida de fe (n. 62).
En el mismo horizonte se mueve el
Papa Francisco. Del actual pontífice se puede citar cantidad de pasajes en los
que aboga por una Iglesia en salida y en diálogo con el mundo. Citemos uno de
los fragmentos más ilustrativos de su magisterio:
Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Repito aquí
para toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de
Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a
la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de
aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser
el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y
procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra
conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el
consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los
contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a
equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras
que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces
implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera
hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros
de comer!» (Mc 6,37)[4].
Es obvio que el Papa
Francisco le preocupa que la Iglesia esté muy preocupada por sí misma, por
cuidar sus intereses y no volcada en ayudar a las víctimas que va provocando la
historia.
Queda claro, pues, que
el magisterio más cercano a los propósitos del Concilio Vaticano II mira como
algo normal que la Iglesia mantenga un diálogo con el mundo. Todo ello sin renunciar
a su identidad y nunca poniendo bajo sospecha que en el mundo se pueda
encontrar la presencia de Dios.
2.
Los
contenidos de la circular
No es necesario que se
analice todo el texto, para ello remitimos a su lectura. Pero, sí interesa resaltar
algunos pasajes.
Por una parte, se
afirma que «…en cada diócesis hay diversos programas y actividades encaminadas
a la formación permanente del Clero y también a nivel nacional se realizan
actividades propias de la pastoral sacerdotal para favorecer la formación
permanente de los sacerdotes en nuestra Provincia eclesiástica» (La circular).
A este respecto bastaría
con indagar en cada diócesis cuál es el plan diocesano de formación permanente
para percatarse de la precariedad con que se vive este importante aspecto de la
formación del clero. Salvo algunas excepciones, encontrar seminarios y cursos
especializados para sacerdotes, es una rareza en El Salvador. Además, el
porcentaje de sacerdotes becados en una diócesis no alcanza ni siquiera el 50%.
Probablemente el
párrafo que produce más dificultades para asimilarlo es el que se refiere a la
prohibición y que denota mucha desconfianza por parte de los obispos respecto
de sus sacerdotes y es el siguiente:
«Que los sacerdotes estudien carreras universitarias
por iniciativa propia y en Universidades laicas no es lo propio ni lo
conveniente para nosotros; pues corremos muchos riesgos frente al mundo, además
de dejar en cierto abandono la Parroquia y la vida pastoral, que es nuestro
primer compromiso sacerdotal. Tampoco se trata de estudiar cualquier
carrera universitaria por si acaso un día se abandona el sacerdocio, esto no va
con nuestra vocación y misión, lejos de nosotros esta tentación» (La circular. El subrayado en
negrita aparece así en el texto original).
En el parágrafo citado
se habla de que los sacerdotes corren «muchos riesgos frente al mundo». Los
papas antes citados nunca negaron los peligros que se corren en el mundo, que,
por cierto, justamente por eso es mundo. Pero, eso no los amilanó, ni están
pidiendo que los sacerdotes se encierren en las sacristías hasta que un día el
mundo deje de ser mundo y se acaben los peligros.
Por otra parte,
suponiendo que sea cierto que algunos sacerdotes estudian para luego retirarse
del ministerio sacerdotal, parece que es contraproducente tener al interno de
la Iglesia sacerdotes que no quieren seguir ejerciendo el ministerio, pero eso
es una cuestión de libertad, es decir, no existe un vínculo directo y
ontológico entre estudiar y no querer estar en el ministerio. De hecho, hay
sacerdotes que no han pisado nunca los edificios de una universidad y han
renunciado al ministerio. Otros han estudiado en universidades católicas ultra-conservadoras
y también han dejado el ministerio sacerdotal. Y en lo que toca descuidar la
parroquia, para ello no es necesario ser estudiado. Hay muchos párrocos que
descuidan su parroquia y en un mes no logran leerse ni siquiera un libro. El párroco
que descuida la parroquia no lo hace porque sea estudiado, sino porque está
cansado de ser sacerdote y ese sí debería renunciar al ministerio.
Se llega pues a la
prohibición:
«Por tanto, por las presentes letras, hacemos del
conocimiento de todos los sacerdotes de la Provincia Eclesiástica de El
Salvador, especialmente de los Párrocos, de los Administradores Parroquiales y
de los Vicarios Parroquiales, que no está permitido realizar estudios
universitarios y en Universidades laicas sin el permiso escrito del respectivo
Obispo Diocesano, pedimos a quienes desean realizar estudios
universitarios hacerlo saber al propio Obispo Diocesano, a fin de que podamos,
como Conferencia Episcopal, ir paulatinamente buscando becas y la mejor manera
de que puedan hacerlo en alguna Universidad Eclesiástica o en el CELAM, en un
ambiente que favorezca mejor la vida sacerdotal. Esto les rogamos tomarlo muy
en serio, como una norma de derecho particular» (La Circular. El subrayado en
negrita aparece así en el texto original).
Por lo que expresa el
texto, no dice que los sacerdotes no pueden estudiar, sino que para hacerlo
necesitan la aprobación escrita del ordinario. Ciertamente, la prohibición se
pudo formular en modo positivo, pero «la palabra queda», o como decía Poncio Pilato:
«lo escrito, escrito está».
Ciertamente, a tenor de
lo que dice la Pastores Dabo Vobis, n.
66, y en coincidencia con Presbyterorum
Ordinis, n. 7, son los obispos los principales encargados de procurar
la formación de sus sacerdotes, pero incluso cuando hacen esas afirmaciones se
refiere también a la importancia de la formación humana:
Son los Obispos los primeros que deben
sentir su grave responsabilidad en la formación de los encargados de la educación
de los futuros presbíteros. Para este ministerio deben elegirse sacerdotes de
vida ejemplar y con determinadas cualidades: «la madurez humana y espiritual,
la experiencia pastoral, la competencia profesional, la solidez en la propia
vocación, la capacidad de colaboración, la preparación doctrinal en las
ciencias humanas (especialmente la psicología), que son propias de su oficio, y
el conocimiento del estilo peculiar del trabajo en grupo».
Estos son, a nuestro
modo de ver, las afirmaciones que más interesa destacar. Sin duda el texto no
es muy claro en ciertos aspectos y quedan muchas dudas, que planteamos a
continuación.
3. Cuestiones abiertas acerca de la
circular
a.
La primera pregunta que viene a la mente
es si toda la conferencia está de acuerdo, con la misma intensidad, en los
contenidos de la circular. Concretamente, interesaría saber qué obispo o
cuáles obispos hicieron la propuesta de redactar dicha circular.
b.
También
es válido preguntarse si los obispos firmantes están de acuerdo o no con el
Magisterio de los Papas: Juan XXIII, Pablo VI y Francisco, que claramente
afirman el valor y la importancia de los estudios de las ciencias humanas.
c.
Sería interesante saber cuáles son las universidades eclesiásticas de El Salvador en las que es posible
estudiar.
d.
En todo caso, es importante saber si
existe algún instructivo, manual, página web o persona encargada que pueda
informar acerca de los cursos de formación disponibles o las becas de las que
habla la Conferencia Episcopal de El Salvador y que dicen ofrecer a los
sacerdotes.
e.
Nos gustaría conocer de las estadísticas
que sustentan la afirmación según la cual la mayor parte de los sacerdotes que
estudian han dejado el ministerio sacerdotal. Qué porcentaje es: el 90%, el
50%, el 25%, etc., como para considerarlo una crisis.
La circular tiene un
tono pesimista y da la impresión de retroceder en el avance del proceso
evangelizador que la Iglesia tiene que ejercer en un mundo adulto que no tolera
falsos paternalismos. ¿Cuál es el propósito de los obispos de El Salvador, más allá de lo que se lee en el
texto?
[1] Juan XXIII, Discurso inaugural del Concilio Vaticano II (Jueves, 11 de octubre
de 1962): AAS 54 (1962) 786.
[2]
Juan XXIII, Discurso inaugural del Concilio Vaticano II (Jueves,
11 de octubre de 1962): AAS 54 (1962) 786.
[4] Francisco, Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium (24
noviembre 2013).
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