miércoles, 14 de julio de 2010

El culto público a la Eucaristía en El Salvador: ¿devoción o negocio?


La Iglesia y la Eucaristía son realidades concomitantes, una reclama a la otra. Los Padres de la Iglesia tenían claro que la Iglesia se funda en la Eucaristía; este principio se suele expresar con una frase latina: Ecclesia de Eucharistia (La Iglesia vive de la Eucaristía). Bien lo sabía el papa Juan Pablo II, que dedicó en el año 2003 toda una encíclica a la relación entre la Iglesia y la Eucaristía.

El texto bíblico que suele ser reclamado para fundar la Eucaristía es el de la última cena. En sentido litúrgico coincide con la celebración del jueves santo, que justamente se entiende in coena Domini (en la cena del Señor), dando inicio al triduo pascual, la máxima expresión de la liturgia de la Iglesia.


1.
La necesaria y permanente conversión eucarística
Para saber el auténtico y originario sentido que tiene la Eucaristía hay que retornar al texto bíblico, en este caso Jn 13, 1-15. Hay que leerlo detenidamente para sacar toda la riqueza del gesto realizado por Jesús.

El contexto es la pascua judía, que, como es de esperarse, en Juan está vinculada al tema del amor (v. 1), a la realización de los designios del Padre y en constante dialéctica con el mal (v. 2).

El primer gesto sorprendente se da cuando Jesús se despoja de su vestido de fiesta para ceñirse una toalla, disponiéndose a lavar los pies a sus discípulos.

La Eucaristía supone un constante proceso de conversión para quien participa de ella; una concreta conversión: el despojamiento de todo signo de poder que empañe su sentido originario de servicio.

Este proceso de conversión –como todos los procesos de conversión- no resulta fácil entenderlo y asimilarlo, sobre todo para los que se han habituado a vivir la eucaristía de un modo rutinario y desencarnado.

A tal punto es difícil la “conversión eucarística”, que el mismo texto presenta a Jesús y al príncipe de los apóstoles enfrascados en tremenda discusión. La cuestión se plantea así: No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!. Jesús le respondió: Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte (v. 8). La vivencia eucarística pone a la persona en lo más específico del discipulado. Lleva al creyente a un punto definitorio: “o lo tomas o lo dejas”.

En este segundo gesto –la discusión con Pedro- el evangelista Juan intenta decirle a la comunidad de Pedro, en primer lugar, que la Eucaristía efectivamente es esencial para comprender el mensaje del Maestro; en segundo lugar, que esa esencialidad va entendida como bajar a los hechos concretos del servicio a los hermanos. Es como si el buen Juan le dijera al fogoso Pedro: “tú tienes las llaves, pero no se te olvide que se trata de servir y no sólo de mandar”.

El tercer gesto tiene un perfecto paralelismo con el primero. Jesús se quita la toalla y se vuelve a vestir con su traje de fiesta (v. 12). Como se deduce del texto, no porque un obispo, un sacerdote, o un laico bajen a lavarle los pies al pueblo pierden su dignidad o su status social. Es más, en ese caso su status sería más creíble.

En consecuencia, la Eucaristía configura a la Iglesia desde el servicio al prójimo. Por lo menos esa es la impresión que le queda al lector bien intencionado: Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros (v. 14). Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes (v. 15). En todo caso, si alguien tiene duda de quién sea su prójimo, remítase a la parábola del Buen Samaritano, en la cual queda claro que la investidura sacerdotal y los grados académicos no aseguran el ejercicio de la misericordia (cfr. Lc 10, 25ss.).


2.
La Eucaristía, corazón de la Iglesia
Del texto evangélico de san Juan no es difícil pasar a la connotación litúrgica de la Eucaristía.

La afirmación central al respecto está expresada en n. 1324 del Catecismo de la Iglesia Católica, que encontramos también en el n. 11 de la Lumen Gentium: “La Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana”.

La Eucaristía es el corazón de la Iglesia y de la vida cristiana en general. Con una función de diástole y sístole. De sístole porque nos convoca durante la celebración de la Misa y otra de diástole porque nos envía a impregnar el mundo de servicio. Si esta dinámica no se cumple, algo gravemente negativo estará pasando en la relación Iglesia-Eucaristía.


3.
Las caricaturas de la Eucaristía
Como hemos intentado mostrar, la centralidad de la Eucaristía tiene fundamento bíblico y también doctrinal. Pero, ¿es posible que se den reducciones de la riqueza antes indicada?

Del texto bíblico del Evangelio de San Juan se deduce que la Eucaristía no se refiere solamente a las especies eucarísticas, sino que remite a una praxis eclesial y existencial de servicio en la caridad. Es evidente que Jesús primero lava los pies a sus discípulos y sólo después consagra el pan y el vino. Por tanto el gesto de servicio es condición para entender el gesto sacramental, que realizará en un segundo momento.

Ahora bien, dado que Jesús no da algo a sus discípulos, sino que se da a sí mismo. Entonces la Eucaristía, en sentido estricto, es una forma de vida, es un modo de estar en la historia, es una donación de la propia persona. Creo que San Ignacio de Antioquía no tendría reparos en que nos viéramos a nosotros mismos como “hostias vivas” deseosas de testimoniar aquello que hemos recibido como un don de parte de Jesús.

Pero, la tendencia actual en cierta parte de la Iglesia católica salvadoreña es la de acentuar el culto público a la Eucaristía en detrimento de su valor existencial y eclesial, alejándolo del modo como lo veían San Ignacio de Antioquía y toda la tradición patrística-.


3.1 Datos históricos sobre el culto a la Eucaristía
Conviene tener presente que los datos sobre el culto a la Eucaristía aparecen por primera vez en torno a la vida de Santa Dorotea (1394).

Las disputas teológicas en torno a la esencia del sacramento del altar dan inicio en el período pre-escolástico (s. IX) y coincide también con el apogeo del culto a las reliquias (s. X).

Berengario de Tours (1000-1088), negó abiertamente la transformación de los elementos eucarísticos, dándoles solamente un valor simbólico, lo que más tarde el Magisterio de la Iglesia denominará la transubstanciación. Las tesis de Berengario fueron condenadas por varios sínodos y tuvo que someterse a la autoridad de Gregorio VII en 1079. La estable definición de transubstanciación se dio en el IV concilio de Letrán (1215). Ese mismo concilio establece la obligación de la confesión y la comunión anuales.

Los textos patrísticos inculcaron la devoción a la Eucaristía, pero casi siempre lo relacionaban con la celebración de la misa. En cambio la novedad en el período pre-escolástico y escolástico radica en la adoración al santísimo, conservado fuera de la celebración de la misa.

En el siglo XII se da un aumento de la devoción al santísimo, públicamente expuesto. Pero el culmen se alcanza en el siglo XIII con la institución de la fiesta del Corpus Domini. Las primeras acciones que motivaron a su institución se suelen relacionar con una revelación privada del Señor a la beata Juliana de Lieja (1258), según la cual, Cristo mismo pedía una solemne manifestación en honor al sacramento del altar. Examinaron la pertinencia de la revelación el cardenal legado Ugo di San Caro y el archidiácono de Lieja, Jacques Pantaléon de Troyes. La sentencia de los dos personajes fue favorable. De inmediato el obispo de Lieja introdujo la fiesta en su diócesis en 1246.; lo mismo hizo el cardenal Ugo en territorio germano occidental. Mientras tanto, Pantaléon de Troyes, electo Papa en 1261, bajo el nombre de Urbano IV, extiende la fiesta a toda la Iglesia en 1264. Por encargo del Papa, Tomás de Aquino compuso los himnos Lauda Sion y Pange Lingua-Tantum Ergo.


Como es sabido, en los siglos posteriores, la reforma protestante no admitió la presencia real. Como contrapeso, en el s. XVI surge la práctica de las 40 horas eucarísticas.


3.2
Límites y desviaciones del culto a la Eucaristía
Según la doctrina de la Iglesia la reserva eucarística tiene como fin primario la administración del viático y la asistencia a los enfermos. En cambio, la distribución de la Eucaristía fuera de la misa y el culto a la Eucaristía son fines secundarios (cfr. Conc. de Trento, Denz.Sch. 1645; Pío X, Denz.Sch. 3375; Pío XII, Mediator Dei, AAS 39, 1847, 569; S. C. de Sacramentos, Instrucción Quam plurimum, 1 oct. 1949, AAS 41, 1949, 509-510; Instrucción de la S. C. de Ritos, 25 de mayo 1967, n. 49). Sobre la recomendación de no exagerar: Decreta authentica Congregationis sacrarum Rituum, Roma 1898-1927, n. 800. CIC c. 1274. Concilio de Colonia 1452. La Instrucción Eucharisticum Mysterium, n. 61. Instrucción De Sagrada Congregación de Ritos, 3 de septiembre de 1958, n. 47.

El Código de Derecho Canónico actual, cuando habla del culto público a la Eucaristía se muestra más bien moderado, recomienda que “como testimonio público de veneración a la santísima Eucaristía, donde pueda hacerse a juicio del obispo diocesano, téngase una procesión por las calles, sobre todo en la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo (944 § 1). No habla en modo indiscriminado de adoraciones incontroladas al Santísimo. Es más, según el CIC, “corresponde al Obispo diocesano dar normas sobre las procesiones, mediante las cuales se provea a la participación en ellas y a su decoro” (944 § 2).

La impresión que se tiene en la Iglesia salvadoreña es que no existe control claro de parte de algunos obispos con respecto a la difusión de las adoraciones eucarísticas en espacios públicos. Cabe preguntarse si todos los párrocos piden permiso a su obispo cuando invitan a los sacerdotes promotores de las adoraciones públicas del Santísimo. Es más, cabe preguntarse si éstos rinden informe económico a su obispo de cuánto han tenido que pagar a los clérigos y a los ministerios que promueven ese tipo de evento?

Asimismo, es sano preguntarse si no se han puesto a pensar nuestros obispos que con la práctica indiscriminada y desordenada de la adoración al Santísimo se corre el peligro de banalizar su propia esencia. La trivialización del culto a la Eucaristía ¿no será signo de intereses bien distintos a los de promover la teología y la eclesiología del misterio eucarístico?

El aparato mediático de adoración al sacramento fomenta más la evasión y no tanto la convicción. Actualmente, muchos católicos piensan que asistir a una exposición del Santísimo es más importante –por lo que tiene de curativa y mágica- que la celebración misma de la misa. Otros están convencidos que exponer la hostia consagrada día y noche traerá resultados automáticos al proceso de evangelización.

Si la Eucaristía es fuente y culmen de la vida cristiana. Entonces, asistir a la misa debería ser sinónimo de celebrar los logros que nuestras comunidades están realizando en el proceso de la organización pastoral y evangelizadora. Ella misma sería la fuente de la que se nutrirían las comunidades para seguir evangelizando. Pero ¿cómo puede alimentar el proceso evangelizador una visión desvirtuada del sacramento del altar? Uno debería preguntarse cuando participa de la misa: ¿Qué es lo que estamos celebrando? Y ¿para qué? El culto a la Eucaristía no puede sustituir los procesos de evangelización, pues se trata de elementos complementarios no sustitutivos.

Por otra parte, la vida cristiana implica además la participación de los cristianos en la vida social y política. Es un error, dar a entender a las personas sencillas que participar de la misa o en una hora santa no tiene nada que ver con el compromiso de testimoniar la verdad y la justicia en el mundo.

De todos los aspectos negativos mencionados, la caricatura más terrible, la más nociva de todas, es la que ve a pastores de la Iglesia católica cobrando elevadas sumas de dinero por exponer el santísimo. Se ha llegado al punto de ya no querer celebrar la misa, sino simplemente llevar la hostia consagrada y exponerla, pues en el caso que hubiera misa, piden incluso llevarse la colecta. En este caso, el culto a la Eucaristía –en el modo en que lo entienden estos mercaderes de la fe- atenta contra la esencia misma de la Iglesia, íntimamente vinculada a la Eucaristía.

Por consiguiente, estos sacerdotes confunden y reducen la teología de la eucaristía con ese negocio que ellos llaman culto eucarístico.


4.
Desvirtuar la Eucaristía es atentar contra la Iglesia
De todo lo dicho se concluye, en primer lugar, que la Eucaristía es un elemento esencia de la Iglesia y esto es evidente en el amor y respeto que muchos cristianos manifiestan hacia ella.

En segundo lugar, hacemos notar que es nocivo para Iglesia misma el que se manipule ese sentimiento religioso de devoción a la Eucaristía para obtener beneficios materiales. No es un secreto para ningún párroco, que muchas veces se han organizado adoraciones masivas del santísimo con el único objetivo de recoger fondos para construir un salón parroquial, como si la Eucaristía pudiera ser manipulada para fines lucrativos.

De ahí el llamado a recuperar el sentido integral y originario de la teología eucarística y de su equilibrada praxis eclesial.

Para cerrar nuestra nota, dejamos para consideración del lector un par de textos eucarísticos provenientes de escritos patrísticos.

Dejadme ser pasto de las fieras, por las cuales se alcanza a mi Dios. Trigo soy del Señor, y en los dientes de las fieras debo ser molido para convertirme en pan purísimo de Cristo (Ignacio de Antioquía a los cristianos de Roma, s. II).

Estas palabras de Ignacio de Antioquía, causan risa a los negociantes de la Eucaristía, les suenan a mitología del pasado. ¡Claro! Lo únicamente cierto para ellos son sus cuentas bancarias y las fundaciones para lavar el dinero procedente de eso que ellos llaman culto eucarístico. Ustedes son Simón Mago resucitado (cfr. Hch 8, 9-24), le dan al pueblo remedios mágicos no soluciones reales. Y todavía les quedará tiempo para rasgarse las vestiduras cuando algún “Lutero contemporáneo” les escupa la verdad en la cara.


Por tanto, no perdamos de vista las cosas esenciales. Tertuliano solía decir:

Nadie me parecería más desvergonzado que quien con agua ajena es bautizado para otro dios, extiende las manos hacia cielo ajeno a otro dios, se postra en tierra ajena a otro dios, sobre pan ajeno da la acción de gracias a otro dios, de bienes ajenos hace beneficencia con nombre de limosna y de amor por otro dios
(Tertuliano, Contra Marción, s. II).

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