1. VIDA
Mons.
Barahona nació en Mercedes La Ceiba (Departamento de La Paz), el 29
de noviembre de 1938. Fue ordenado sacerdote el 20 de enero de 1963 como
miembro del clero diocesano. Su ordenación episcopal fue el 9 de octubre de
1982, como auxiliar de la Diócesis de San Vicente. En 1983 llegó a ser el
obispo diocesano, sucediendo a Mons. Pedro Arnoldo Aparicio Quintanilla (1908-1992),
quien se retiró el 6 de junio de 1983. Mons. Barahona se retiró de su sede
episcopal el 4 de junio de 2005. Fue sucedido por Mons. José Luis Escobar Alas,
el actual arzobispo de San Salvador. Falleció en Santo Domingo (Departamento de
San Vicente) el 22 de octubre de 2016, a los 77.8 años de edad.
2. MÍSTICA
PERSONAL
Mons.
Barahona era reconocido por llevar un estilo de vida ascético. Era notorio en
su modo de vestir; en su dieta alimenticia; en el régimen de distribución de su
tiempo; en la infraestructura sobria de las casas que habitaba y en el porte
exterior de su persona. Se puede hipotizar que los desvelos y el régimen de su
alimentación, a causa de su mortificación, hayan podido en algún modo influir
en la prematura llegada de las enfermedades que padeció.
Siempre
trataba con mucho respecto a sus interlocutores y no era dado a conversaciones inútiles
o prolongadas injustificadamente. Muchos de los sacerdotes que convivieron de
cerca con él han llegado a considerarlo un “padre”, tanto en el plano
existencial como ministerial.
3. APORTE
PASTORAL
Los
ejes transversales de su pastoral son la devoción mariana y la devoción eucarística, enmarcadas en una visión ortodoxa de la tradición cristiana.
En el primer aspecto empalma con los propósitos pastorales del primer obispo
diocesano, Mons. Aparicio, pues siendo este de la congregación salesiana,
destaca la devoción a la Virgen María Auxiliadora. La devoción eucarística
parece ser una impronta propia de él. Por cierto, no una devoción exaltada como
la que vemos actualmente, sino muy mesurada y respetuosa de las formas
consagradas, donde prima el silencia y la actitud de adoración.
Dio
particular importancia a la catequesis. Este aspecto, iniciado también por
Mons. Aparicio, alcanza su mayor esplendor con Mons. Barahona. Si bien sus
catecismos son concisos, estos han sido utilizados prácticamente en todo el
país.
No
destaca en él los programas pastorales complejos, de largo plazo. Según
sostienen sus sacerdotes, el proceso más sugerente que impulsó fue uno
vinculado al método Renacer, de pequeñas comunidades.
Es
fuerte en él la mística monacal. Fundador de la Congregación de las Hermanas de
Nazaret, probablemente sus principales herederas, en cuanto reproducen la mística
del obispo en una línea carmelitana. Su antecesor, Mons. Aparicio, es también
fundador de las Hijas del Divino Salvador.
4. ENFOQUE
DE SU EPISCOPADO
En
lo que respecta su formación, Mons. Barahona es un obispo “ilustrado”. Porque,
una persona que maneja varios idiomas modernos y clásicos, con estudios al
menos en tres disciplinas -derecho canónico, teología y Sagrada Escritura- no
puede ser considerado pre-moderno. A esto se suma que tenía un interés especial
por especializar a sus sacerdotes en diversos estudios. Otra cosa es que él
optara por no hacer alarde de ello y se orientara más por la vía ascética.
Ideológicamente,
es heredero del conflicto que vivió Mons. Aparicio con Mons. Romero y su
postura ideológica debe ser enmarcada en ese período. En sus primeros años como
obispo de San Vicente, Mons. Aparicio tuvo posturas muy críticas contra las
injusticias cometidas a los campesinos. Es famosa su frase: “en El Salvador
comen mejor los caballos que las personas”, refiriéndose a las clases
acomodadas. Pero, cuando llegó la guerra civil, las posturas se crisparon. Con
la beatificación de Mons. Romero, la Iglesia ha sentado posición. Sin embargo,
este período y este conflicto entre obispos ameritan un estudio con aplomo y rigor
científico.
Lo
que no se puede negar es que Mons. Barahona nunca fue ambiguo en su posición
ideológica. Se sabía que no comulgaba con la doctrina marxista y no escondía o
matizaba su punto de vista. Esto contrasta con la actitud de otros prelados,
que juegan con las modulaciones que adquiere la política y el poder en El
Salvador.
Durante
la misa de las exequias, según se pudo notar por la radio y la televisión, la
persona que mejor presentó el perfil del obispo asceta fue la actual superiora
de la congregación por él fundada (Madre Genoveva), dejando en la penumbra el
discurso insulso y cansino de los obispos que tomaron la palabra (Mons. Elías
Rauda y Mons. José Luis Escobar).
Y,
con todo, Mons. José Luis Escobar reconoció públicamente, que al menos tres
obispos actuales, le deben mucho de su episcopado a Mons. Barahona. Entiéndase:
Mons. Fabio Colindres; Mons. Constantino Barrera y Mons. José Luis Escobar.
Cuando el arzobispo dijo esto y agregó que era importante llevar a la práctica
la vida del obispo difunto, la asamblea irrumpió en un aplauso. Ya no se diga
cuando habló la Madre Superiora, llegando incluso a la conmoción de muchos
presentes. El pueblo, en estas cosas, no se equivoca.
Digno
de notar es que, a la llegada del féretro a la Catedral de San Vicente, con los
despojos del obispo asceta, sucedió que las reliquias de Mons. Romero aun
estaban en la Catedral, puesto que en estos días recorren en peregrinación el
territorio diocesano antes de pasar a Chalatenango. Sucede así que una imagen
tiene más potencia que mil palabras. El obispo mártir y el obispo asceta se
encontraron en un lugar sacro, quizá como preludio de las cosas que la mente
humana en este momento no logra comprender.
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