Desde
que lo escuché hablar por primera vez, allá por los últimos días del mes de
diciembre de 2008, me pareció un individuo raro. Con su tono de voz sumiso y
apocado, la estructura informe de su discurso, el léxico paupérrimo y el pobre
contenido de sus ideas; me dije a mí mismo que debíamos prepararnos para las
sorpresas que nos iba a dar este señor. Además, mi intuición me hacía sentir
que a este individuo le calzaba bien aquella frase impertinente que había
pronunciado Roque Dalton en Las Historias prohibidas del purgarcito:
éste es un «pícaro, santo-tonto e irritado tatarata» (La frase está en el Poema
Viejuemierda).
Mis
temores comenzaron a tomar cuerpo cuando en el contexto de las elecciones
presidenciales del 2009, Escobar Alas pidió a viva voz a la población
salvadoreña que no votara por Mauricio Funes y el FMLN, porque esto hundiría al
país en una grave crisis social y política. Algo le habrán dicho los que le
rodean, ya que su vergüenza le hizo esconderse por más de un mes, tiempo en el
que no se supo más de él.
Exactamente
tres años más tarde, en diciembre de 2012, mandó, de forma inconsulta con el
pueblo salvadoreño ―ya que me parece que este pueblo es el heredero legítimo
del edificio de la catedral metropolitana— a demoler la fachada de la Catedral
Metropolitana, argumentando que los mosaicos que conformaban una bonita imagen
elaborada por el artista salvadoreño Fernando Llort, se estaban desprendiendo y
que representaban un peligro para los feligreses que frecuentaban la catedral.
Después, cuando le habrán hecho caer en la cuenta de lo pueril, ingenuo y
miserable de ese argumento, recurrió al argumento de que se trataba de un mural
que representaba a la masonería salvadoreña y que la Iglesia está en contra de
esa forma de filosofía. Pues bien, mientras F. Llort recibe el Premio Nacional
de Cultura, el Arzobispo permanece en la densidad tenebrosa de su caverna.
Ahora
intenta ejecutar el golpe más duro contra el pueblo pobre de El Salvador, al
demoler el símbolo más importante, en materia de derechos humanos, de la
Iglesia Católica salvadoreña, que representa el mayor servicio y solidaridad
con el pueblo salvadoreño, como es la oficina de Tutela Legal del Arzobispado,
que fue erigida por Monseñor Romero y continuada por Mons. Rivera Damas, con el
fin de proteger a las víctimas de la violencia que generaba el conflicto armado
en el país y que desde entonces, ha desarrollado un gran papel a favor de los
pobres y las víctimas en El Salvador.
Con
la eliminación de esta institución, tan importante para el pueblo salvadoreño,
José Luis Escobar Alas, pasará a ser el tristemente célebre, torpe y mezquino
séptimo arzobispo de San Salvador; de triste y lamentable recuerdo para la
Iglesia salvadoreña, tan sufrida y tan alejada de Dios.
¿Quiénes
son tus asesores José Luis? ¿Acaso no te aconsejan bien o será que vos no te
dejás aconsejar? ¿Será entonces que el poder y el dinero te hacen sentir que
estás más allá del bien y del mal?
¿A
qué iglesia representás, José Luis?
Quiero
saberlo, porque por tus acciones puedo deducir con claridad que no representás
a la Iglesia de los pobres de El Salvador ni de Latinoamérica. En eso eres
coherente.
No
representás el amor porque éste es paciente, servicial, sin envidia, no busca
su interés, ni se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra de la
injusticia sino de la verdad. El amor todo lo excusa, todo lo cree y todo lo
soporta. (1 Co 13, 4-7). Por tanto, claro está que no representás el amor.
No
representás la Ecclesia (Asamblea) de Dios o la comunidad cristiana de
los seguidores de Jesús de Nazareth, ya que éstos como dijo Jesús, son los
últimos y además los servidores del pueblo: «Sabéis que los que son tenidos
como jefes de las naciones, las gobiernan como señores absolutos y los grandes
las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros; sino que el que
quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que
quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el
Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos». (Mc 10, 42-45).
Por
tanto, no representás a Jesús de Nazareth, aquél que murió en la cruz y por eso
Dios lo resucitó de entre los muertos y lo constituyó Hijo de Dios (Rm 1, 4).
Por
lo que estás haciendo, y a juzgar por lo que dijo Jesús —por sus obras les
conoceréis (Mt 7, 16)—, veo que más bien representás a las tinieblas, a la
oscuridad y el caos, y que de la misma manera que el maligno se disfraza de
ángel de luz (sub angelo lucis) para orquestar el mal, vos también te
sabés cobijar bajo una institución que por mandato divino está llamada a
proteger al huérfano, a la viuda y al forastero (cfr. Is 1, 21-28).
José Luis, a ti te digo: «En nombre de Dios,
pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben al cielo, cada
día más tumultuosos, les ruego, les suplico, les ordeno en nombre de Dios,
¡Cesen la represión!» (Mons. Romero. Homilía del 23 de marzo de 1980).
No hay comentarios:
Publicar un comentario